La socialización es la base de la futura integración de las personas en el medio social en el que están inmersos. El apego, ese primer contacto con las personas del entorno, es fundamental para el buen desarrollo social posterior.
El apego es el vinculo afectivo que el bebé establece con las personas que interactúan con él, y se caracteriza por la presencia de determinadas conductas, sentimientos y representaciones mentales. Este vínculo responde a una de las necesidades básicas del ser humano, la necesidad de sentirse seguro, protegido y ayudado. Los niños que tienen vínculos afectivos estables y satisfactorios, es decir, que han desarrollado lo que se llama un apego seguro, se sienten seguros de sí mismos y de los demás, y establecen relaciones cálidas, estables y satisfactorias. La interacción con las figuras de apego es fundamental para favorecer la empatía, desarrollar el conocimiento social, establecer identificaciones, entre otros.
Las figuras de apego influyen directamente los primeros meses en los intercambios que el niño mantendrá con el entorno: serán ellas las que busquen los ambientes, a las personas con las que se va a relacionar, seleccionen dónde y cuánto tiempo van a estar con otras personas…
El niño va construyendo modelos sociales según sus experiencias directas o indirectas, de manera que las interacciones del individuo con las figuras de apego durante la infancia, influyen en la formación de su personalidad adulta.
Consideramos que el desarrollo social es el proceso por el que los niños van comprendiendo y asimilando la realidad social que les rodea. Este proceso empieza desde el nacimiento, partiendo del desarrollo del apego, y avanzando según las experiencias sociales que se le van a proporcionar al niño.
El desarrollo social se hace posible a través del conocimiento interactivo que el niño hace del mundo que le rodea y a partir de las interacciones y relaciones que establece con las personas y grupos en que se encuentra. Gracias a estas interacciones el niño aprende también los estados emocionales de los otros. En los grupos en los que va a participar el niño, y más tarde adulto, existen unas normas correctas de actuación, unos valores y unas determinadas formas de responder a las experiencias sociales, que él debe ir interiorizando, así como aprendiendo a comportarse de forma adecuada en cada una de las situaciones sociales.
Mediante la socialización, el niño se adapta a la sociedad en la que vive, lo que implica la aceptación de sus normas y la adquisición de las habilidades necesarias para una adecuada inserción en la vida social.
El proceso socializador del niño con discapacidad suele ser diferente al del niño sin discapacidad. La interacción que se establece con los niños con discapacidad suele ser dual, es decir, que por una parte se quiere que sea un niño con el máximo número de hábitos de autonomía posibles. Pero también por otra parte, se observa que en muchas ocasiones se les trata con sobreprotección, haciéndoles tareas que podrían hacer ellos, o permitiéndoles determinadas conductas que no deberían hacer. Esto sucede tanto a nivel familiar como en otros contextos, por ejemplo, en la escuela.
La familia y la escuela o centro escolar, se convertirán así en los motores del proceso de autonomía social, ofreciendo al niño oportunidades para desarrollarla. Los diferentes contextos formarán parte de los hábitos de autonomía y socialización que se considere necesarios. La disponibilidad y adaptabilidad de los diferentes contextos, es una condición necesaria para proporcionar las oportunidades adecuadas a los niños con discapacidad. Es necesario trabajar con los niños y personas con discapacidad y con la familia, pero también con los contextos en los que va a interactuar la persona.